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miércoles, 17 de abril de 2013

Reflexiones sobre el castigo

En el ejercicio de la potestad disciplinaria que nos haya tocado en suerte, algunas veces (y generalmente a disgusto) deberemos aplicar un castigo.
La experiencia me ha enseñado que para que el castigo no deje un sabor amargo a quien lo aplica ni genere rencor en quien lo recibe, algunas reglas deben ser respetadas.

  1. El castigo debe ser efectivo. Esto es, la "pérdida" originada por el castigo debe ser mayor que la "ganancia" por reincidir en la mala conducta. Si yo a un niño, por ejemplo, lo castigo con no ir al cine porque no quiso hacer los deberes y al chico le resulta muy aburrido hacer los deberes y muy poco placentero ir al cine... seguirá sin hacer los deberes.
  2. El castigo debe ser gradual. No puedo aplicar, a la primera vez que alguien bajo nuestra potestad disciplinaria comete una falta, un castigo demasiado severo. Porque ante la reiteración de la falta, si se produce, me voy a quedar sin alternativas drásticas, y eso no es bueno para ninguna de las dos partes involucradas.
  3. El castigo debe ser aplicado sin denigrar. El castigado es, ante todo, un ser humano, y su dignidad debe ser preservada a toda costa. En la medida de lo posible el castigo se aplicará en privado y, si no, por lo menos se tratará de evitar que genere faltas de respeto de otros, en cuyo caso, también deberán ser castigados por tal motivo. Y, por supuesto, no deben aplicarse, en ningún caso, castigos que conlleven la humillación del castigado.
  4. Los errores no se castigan. Se castiga la negligencia, o la inconducta realizada con plena conciencia e intención de hacerla. Al que no aprende se le enseña, una y otra vez, si es necesario.
Si le fue útil lo que yo aplico... me alegro. Y, si no, por favor no me castigue muy severamente.

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